Autora Consuelo Tomás Fitzgerald
¿Recuerdas esa película en la que el protagonista está condenado a vivir todos los días el mismo día, consciente de ello y sin posibilidad de cambiarlo? ¿Y esa otra en la que el protagonista se enamora de una mujer que no puede recordar y tiene que abordarla cada día como si fuera el primero porque no está dispuesto a renunciar a ella? Las menciono porque en estos días de encierro obligatorio, incertidumbre económica, distanciamiento social, miedo a la muerte que se hace más posible, y esa impotencia que provoca la inmovilidad vital, se me instala un cierto deja vú proporcionado por los hechos que la Historia acumuló y a los que siempre me estuve acercando a través de las lecturas de cronistas como Defoe, Camus, o los escritos sobre la batalla sanitaria de principios de siglo en Panamá, sin la cual no hubiera habido canal, ni nada.
Cuando escribí “Lágrima de dragón” movida por la fascinación que siempre me causaron las epidemias ocurridas durante la conquista, el medioevo europeo y en los albores del siglo XX, nunca pensé (a decir verdad, nadie de mi generación lo pensó) que me iba a tocar vivir la situación de una pandemia. Experimentamos el terror de una invasión y todo lo que trajo después. Pero esto es otra cosa. Lo curioso es que me he adaptado como si hubiera estado esperando el momento. Como si hubiera estado ahí, y hubiera sabido lo que había que hacer. Comer poco pero nutritivo, dormir lo necesario, evitar el contacto, ejercitarme, leer, trabajar con las manos, producir economía sin salir de casa, evitar la sobreinformación o su prima hermana la desinformación, observar el comportamiento de la naturaleza alrededor, desconfiar de las redes, ser solidaria, ayudar y aceptar la ayuda. Sobre todo, evaluar la manera como he vivido y explorar la posibilidad de reparar lo roto, ordenar lo esparcido, reconectar con lo importante, observar sin juzgar, deshacerme de lo superfluo, apreciar este cuerpo ya en el “segmento de riesgo” que ha sido el mejor aliado posible para la conciencia que lo habita.
Mucha gente no deja de decir, casi como muletilla que “la vida como la conocíamos esto” o “la vida como la conocíamos lo otro”. Pero en verdad, es un tanto arrogante pensar que todos hemos visto, conocido o vivido la vida de la misma manera y desde los mismos parámetros. Cada país, cada comunidad, ha manejado la crisis sanitaria con las herramientas a su alcance. Algunos lo han hecho mejor que otros. Algunos han demostrado mejor preparación, liderazgo e instituciones bien cimentadas, disciplina cívica; otros, una total desconexión de la realidad que los ha hecho manejarse como el beodo capitán del Costa Concordia. Lo cierto es que esta torcida de brazo que nos ha dado la naturaleza nos obligará a ser más humildes, más proactivos, menos soberbios y egoístas. Dispuestos a poner las cosas en su lugar, después de generar consenso sobre cuál es el lugar. En lo particular, sigo creyendo en la Ciencia, que en esta vuelta ha estado desconcertada porque el virus siempre ha estado un paso más adelante, pero no ha parado de buscar, el santo y seña, el cómo y el por qué. Sigo creyendo en el Arte, porque contará lo que ha sido sin autoengaños y revelando las partes oscuras y las iluminadas con total honestidad. Sigo creyendo en la búsqueda colectiva de soluciones considerando cada aporte, el de la experiencia y el de la academia y de modo sistémico (lo micro y lo macro). Sigo creyendo en el hombre y la mujer humildes y trabajadores que a pesar de la desesperación que ha traído aparejada este momento, han demostrado templanza, grandeza. Los mezquinos, corruptos y miserables, lo seguirán siendo lo más seguro, pero la Historia y la organización social se encargarán de borrarlos de sus páginas. Sigo creyendo que el interés general está por encima del interés particular, y que el dinero es una herramienta y no un fin, y esta pandemia ha demostrado que aquellas sociedades cuyo fin es el dinero, se llevan la cuota más grande de muertos y dolor. Sigo creyendo en el Estado que le es fiel a las particularidades de sus comunidades y en ellas se apoya, y no en el mercado que todo lo corrompe.
Durante los próximos años tendremos que vivir de otra manera, si no queremos que la muerte nos pille “vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente”. Con mascarillas, sin poder abrazar, cuidando que la precariedad no nos amargue el ánimo, atentos a cada ser que va con nosotros en el camino que a veces será oscuro y a veces iluminado. Exigirá de nosotros máxima creatividad. Es lo que hicieron los protagonistas de las películas. Aprendieron a vivir esa repetición ineludible hasta hacer con ella una obra maestra.
Panamá, 7 de mayo de 2020
Año 1 de la Pandemia Sars-Covid-2