Autor, Luis Diego Guillén
¡Ja, ja! ¡Lo sabía! ¡Siempre lo supo! ¡Él tenía la razón y todos los demás estaban equivocados! ¡Él siempre tuvo la razón! ¡Dios bendiga esta maldita pandemia! Y a ese maldito germen que se coló en la sangre humana, por obra de algún cretino ojos rasgados, al que se le metió entre ceja y ceja que la posta de murciélago era buena para la salud. ¡Ja, ja, ja! ¡Van a ver! Los molinos del viejo barbudo allá arriba muelen lento, pero fino. ¡Y estos molerían a nivel subatómico!
¡Ja, ja! Por ese bendito germen, su sermón del domingo no sería una maldita vergüenza, una humillación pública. ¡No, no, no, no! Su suegro se quedaría con las ganas de verlo denigrarse, je, je. ¡Sí, señor! Su suegro… Ese vejete honesto pero zonzo que aún se creía las bobaliconadas que predicaba… Je, je. ¿Pero qué importa? ¡Lo que verdaderamente cuenta es que él tuvo la razón desde el inicio y el tarado ese de su suegro, no! La tuvo desde que el padre de su insoportable ex mujer lo autorizó a dar sermones de fuste apocalíptico, todos los domingos. ¡Ah, porque anunciar desgracias siempre fue lo suyo! Como también lo era convencer a los demás de que el Juicio Final estaba a la mitad de la vuelta de la esquina.
Cierto, cargaba sus arengas un poco en exceso y quizás en los últimos tiempos, se le había ido la mano. Justo era aceptarlo. Se ponía en exceso sanguinolento, hablando de esputos, coágulos, flemas de todos los colores… Y, ante todo, ese incomparable movimiento que había aprendido viendo decenas de películas sobre muertos vivientes, para enriquecer su puesta en escena. Por petición de los fieles, su suegro lo llamó al orden. Se estaba volviendo un poco…, ¿cómo decirlo? Monotemático. ¡Sí, eso es! Esa es la palabra. Pero para ser sinceros, el mensaje fue mucho más pedestre —: ¡Ya pare de estar hablando de esas mismas tonteras todo el tiempo, cada vez que agarra el micrófono! ¿Me entendió?
Fue algo así, ¿no? Cierto, hay que asustar a la gente, para que se comporte, para que obedezca los mandatos, para que dé el diezmo, para que haga caso. ¡Pero no para que tengan pesadillas en la noche! ¡No para que vivan con crisis de nervios a tiempo completo! Y, peor aún, ¡no como para que salgan con que no quieren volver más a la congregación y se le vayan a la competencia, en especial a ese atorrante a tres cuadras de distancia, que tuerce los ojos contra natura cuando habla en lenguas angelicales sobre el advenimiento del rapto…! ¡No! ¡Eso no era fair play! Ya ni hambre terrenal tenían los devotos que, a punta de sermones pútridos, habían hecho quebrar el puesto de comidas rápidas que la iglesia tenía a la entrada, para redondearse los ingresos.
¡Ja, ja! Pero el que reía al último reía mejor y ese viejo maricón iba a contemplar como su yerno pródigo se cagaba de gozo en pleno púlpito, el próximo domingo… ¡Ups! ¡El teléfono! ¿Qué estúpido será a estas horas?
—¿Aló? ¿Sííí? ¡Suegritooooooo! ¡Suegrito lindo de mi corazón…! ¿Cómo me le va? ¿Qué hace Dios de esa vida…? ¡Ah…, ah, sí! Sí. ¡El Señor! Sí, sí, más respeto. El Señor. Y que el Señor derrame bendiciones, así era, ¿verdad? Ese es el saludo oficial, sí, ¿verdad? Cierto, perdone… Este…, bueno… ¿Cómo? ¡Ah, ah! ¡Sí, sí! ¡Sí, sí! ¡Claro, claro! Sí, ya lo tengo listo, sí señor. Ya lo escribí y lo he practicado. He orado mucho pidiendo valor y orientación al señor… ¿Qué cómo dice? ¡Ah, sí señor, perdón! Señor con “S” mayúscula, ¡sí señor! ¡No vuelve a pasar! Perdón. Ya leí mucho Deuteronomio 31:8, que usted me recomendó y… ¡Sí, ya sé lo que voy a decir! ¡Sí, sí señor! Estoy muy arrepentido, ¡muy arrepentido! Sin duda alguna. ¡Toda la culpa es mía! Ni suya ni del contador. Sí, sí señor. ¡Va a ver que sí! Gracias señor. Sí, como usted me lo ha dicho muchas veces. Setenta veces siete, como manda el Evangelio, pero setenta veces siete más una no y usted me perdonó muchas más veces que eso. ¡Sí señor! ¡Amén y amén, papá! ¡Ah, sí perdón! ¡Papá ya no! Buenas noches, señor. ¡Que descanse!
Viejo decrépito… Bonita hora para ponerse honesto, aunque, para ser sincero, de verdad que siempre le dio por ese lado. Los genes de la culebra con la que se enroscó ante el altar, de fijo le vendrían de su suegra, aunque nunca la conoció en vida y todos la recordaban con ojos llorosos. Su gracia escondida tuvo… ¡Pero qué mier…! ¡Otra vez el teléfono! ¿Quién rayos ahora?:
—¿Aló? ¿Sííí? ¡Suegritooooooo! ¡Qué gusto verlo de nuevo, digo, oírlo de nuevo! Sí, claro, sí. Esteee… Sí, ya lo sé, no voy a mencionar nada del Juicio Final ni de las bacterias ni de los gérmenes ni nada de eso. Sí, suegrito… ¡Perdón! ¡Sí, señor! ¡Nada más cuento de la torta que me jalé, les pido perdón y que voy a hacer penitencia y reintegro de la plata! Y que me perdonen. ¡Sí señor! Y dejar claro otra vez que no es culpa ni suya ni del contador ni de la Junta de la Asociación. Sí, sí. Eso tiene que quedar muy pero muy claro, señor. Sí, sí señor. Oré mucho y eso mismo me dijo el Señor. ¿Le conté que leí Deuteronom…? Ah, sí, sí. Eso voy a hacer suegrito, ¡eh, perdón! ¡Ya sabe usted! ¡La costumbre! ¡Sí señor! ¡Perdón señor, buenas noches y que el Señor lo descanse, señor! ¿Qué qué? Eh, digo, quiero decir que su sueño lo vele el Señor, señor…. ¿Qué cuál? ¡El otro Señor, señor! No, el que está allá arriba, señor, con “S” mayúscula. Usted no puede velarse el propio sueño suyo, señor… ¡No, no! ¡Perdón, no me estoy poniendo blasfemo, señor! ¡Dios me guarde! ¡Ladrón y adúltero, sí, pero blasfemo nunca, señor! ¡No señor! ¡A mí esas cochinadas no me gustan, señor! ¡Por dicha, a mí me enseñaron principios, señor! Buenas noches y que descanse, señor. Sí señor.
¡Maldición! ¡Qué lata con el viejo asno ese! En fin, volviendo al tema de los sermones, la verdad es que el pecado no fue ser monotemático, por ponerse políticamente correcto. Je, je. Y para ser honestos también, no se trató de un único pecado, sino de dos. Su primer pecado fue heterodoxo. Sí, así como suena. Se pasó por el orto el conservadurismo teológico. El Juicio Final no se vendría ni por trompetas, ni por sellos rotos, ni por ángeles maricones tocando trompetas, ni por cuatro jinetes en celo galopando entre las nubes, viendo a ver qué se llevaban entre las patas. ¡No, no, no, no! ¡Nada de eso! Se regocijó pensando en que él tenía el verdadero secreto del Apocalipsis, que a los prosélitos les faltaba, empezando por el idiota de su suegro: gérmenes. ¡Sí! Desde niño lo sabía. Los gérmenes se terminarían cagando en todo, como siempre lo habían hecho desde que el mundo era mundo, aunque, para ser justos, también gracias a ellos el planeta se mantenía libre de mierda y de cadáveres pudriéndose al sol. Los gérmenes habían llegado antes que los humanos, jugaban con ellos, los habían atormentado durante siglos con todas las enfermedades que les habían dado la puta gana, sacándoles ronchas y pústulas de todos los olores, colores y sabores. Y no habría nueva tierra ni nuevo cielo hasta que se cenaran la calavera y los menudos del último ser humano.
Su obsesión con los gérmenes era el principio con el cual había organizado el mundo. Sus hijas podían dar profesión de fe, bautizadas en nombre de microscópicas divinidades. Allí estaba Yersinia, (Yersi, para los íntimos), guapa morena acristianada en memoria de yersinia pestis, la bacteria que democratizó la Peste Negra en la Edad Media. Y allí estaba Neisseria, que le quitó el habla diez años atrás, cuando se enteró que el segundo nombre de su diosa tutelar era gonorrhoeae. y el infame hijo del médico del pueblo lo publicitó urbi et orbe, pegando panfletos por todos los postes del tendido eléctrico. Ese segundo nombre fue también la excusa final para que su mujer le exigiese el divorcio a él. ¡A él, que nunca se burló del desdichado nombre que le perpetraron a ella en la pileta de bautismo, Tránsito María! ¡A él, que siempre se negó a creer el chisme impío de que el culpable era su suegro, nostálgico de cuando patrullaba carreteras y se negaba a aceptar sobornos!
Peeero en fin…, volvamos a los gérmenes… Él los había escrutado, leído su mente, adivinado sus intenciones, tras cada infinito enjuague de manos, tras cada pliego de servilletas tomado para abrir puertas y cerrar grifos. Él se sabía contemplado por miles de millones de ojos y dientecillos sanguinolentos, a la espera de saltar sobre él para devorarlo lentamente. ¡Eso era lo que había intentado explicarle a ese hato de reses, domingo tras domingo! Que el Día del Juicio Final sería un festín bajo el microscopio. Que, si no mantenían los mandamientos y no lo escuchaban a él, todos terminarían escupiendo sangre y esputos y flema y bilis negra y bilis amarilla (¡gracias Hipócrates!). Y todos caminarían retorciéndose, con los ojos vidriosos, expulsando sus fluidos, emitiendo gruñidos rasposos, despidiendo aromas pestilentes, nulo el control del ano, buscando devorarle el cerebro a las personas gentiles y puras (¡gracias, George Romero!), para compensar sus almas consumidas en la hediondez eterna… Bueno, quizás sí, se le fue un poco la mano con lo colorido de las imágenes, ¡pero era necesario! Y eso tenía que ver con el segundo pecado… ¡Puta susto! ¡Ese maldito teléfono otra vez! ¡Qué ganas de reventarlo contra la pared…!
—Suegrito, ya le dije que… ¡Upss…! ¿Cómo está señor? No señor. Disculpe señor, es que tuve ahora una discusión con mi suegro… ¿Qué cómo está él? ¡Bueeeeh! Ya usted sabe señor, cada día más senil y chocho, señor. El caso es que… ¡No señor, no me he olvidado de su dinero…! ¡Sí señor! ¡Ya lo sé y le estoy muy agradecido que…! Sí, sí señor. ¡No, no, señor! ¡Para nada! ¡No he tocado ni un cinco de ese dinero suyo! Lo tengo para invertirlo en la congregación, tal y como usted y yo lo acordamos. Lo que sucede señor es que sí tuve unos gastos adicionales… Por favor, señor, déjeme explicarle. El caso…, el caso es que tuve unos gastos de urgencia y, usted sabe, uno que es joven y tonto, que la carne es débil… ¡Sí, perdón señor! ¡De fijo la suya no, pero imagínese la mía, con esta facha! El caso señor es que sí cometí la burrada de tomar del fondo del diezmo para esos gastos personales y se me fue devolverlos, ¡pero créame que yo lo tenía muy claro que tenía que devolverlos! Y entonces llegó un contador que me sapeó ante mi suegro y ahora él no quiere saber nada de mí, y por eso tampoco le he dicho nada aún de invertirle el dinero suyo… ¡No, no señor! ¡Le juro por lo más sagrado de mi vida, que son mis hijas y mi mujer, que ni un cinco he tocado de su dinero, señor! Tan solo del diezmo y por cosas de emergencia. Estoy claro en eso, señor. Eso de que, en arca abierta, hasta el justo peca, no se aplica a mí, señor. A mí desde chico me enseñaron valores, ¡y a la chancleta, no lo vaya a dudar, señor! Bueno, señor, el caso, el caso es que este domingo que viene, en el culto yo me iba a despedir, pero tengo una idea muy, pero muy buena… ¿Quiere oírla? ¡Por favor, no, no le quito más tiempo! El caso es que esos tienen miedo ahora que se vino esto de la pandemia y yo siempre se los he advertido que por allí iba a venir el Juicio Final y no me creían, y ahora sí me están creyendo porque están viendo gérmenes hasta en la sopa y en los frijoles y en el café, y entonces me va a creer y me van a hacer caso, ¡y yo creo que hasta pastor en jefe podré convencerlos de que me nombren! Y entonces, señor, voy a poder mover hilos desde adentro y haré que acepten sus donaciones para invertir en la congregación, y como vamos a traer más gente con eso y a recibir más diezmo, y como no estamos obligados a tributar, su plata va a salir más pura que la novia del Cantar de los Cantares. ¿No le parece genial, señor? ¿No cree que es estupendo…? S…, señor… ¿Está allí, señor? No, no. ¡Señor, tranquilícese, no estoy bromeando ni quiero verle la cara de estúpido…! ¿Cómo? ¿Qué si lo estoy tratando de estúpido? ¡No, no, señor, Dios me libre! Pero si usted mismo acaba de usar esa palabra. ¡Ah, ah, sí señor, perdón señor! Sí, le entiendo. Solo usted y su mujer, digo, su señora esposa lo pueden tratar así, señor… Perdón, señor, mil disculpas, señor. Yo jamás pensaría que usted tiene cara de estúpido señor… ¡Eh, sí, perdone señor, mil disculpas! ¡No vuelvo a usar más esa palabra! Por los patriarcas del Antiguo Testamento que no, señor. ¡Le ruego me perdone! ¿Pero qué piensa de mi plan? ¿No le parece una idea genial? ¿Qué cómo? ¿Qué si realmente me parecen tan asustados? ¡Claro que lo están! ¿No le digo que hasta en la sopa los ven y en el café y en la aguadulce y en…? ¿Qué qué? ¿Qué cómo dice? ¿Qué por qué mejor no me salgo y me pongo un restaurante? ¿Un restaurante a punta de gérmenes? ¿Y qué les ofrezca qué? ¿Qué cómo dice? ¿Gérmenes, dice? ¿Gérmenes al ajillo? Se…, señor, perdón, creo que yo no… Ah, aaah… Es un chiste, ¿verdad? Es…, ¡un chiste…! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Sí! ¡Un chiste muy bueno, señor! ¡Muy buena esa, sí señor! ¡No la vi venir! ¡Ja, ja, ja! ¡Gérmenes al ajillo, sí señor! ¡Ja, ja! ¡Qué bruto señor, qué bárbaro, qué ingenioso…! ¡Pe…, perdón señor! ¡No…, no, no señor, no lo estoy insultando de nuevo! ¡No señor! Nunca quise insultarlo. Si le dije bruto es por lo increíble y extraordinario que es usted, señor. ¡Je, je! ¡Qué bárbaro! ¡Gérmenes al…! Sí señor…, sí señor… Tiene razón… Mejor me callo. Ya no le voy a hacer perder más tiempo, señor… Sí señor, sin falt… ¿Qué para cuándo? Para este domingo señor. ¡Sin falta este domingo! Llámeme… ¡Sí señor, sí señor! ¡Perdón! ¡Qué falta de respeto la mía! ¿Cuál llámeme? ¡Soy yo el que lo tengo que llamar! ¡Si soy yo el que ya lo ha hecho esperar mucho a usted, señor! Yo lo llamo el domingo hacia la noche, señor, como a las… ¡Tiene razón, tiene razón, señor! ¡Este tema urge! Saliendo del culto y lo llamo, señor. Sin falta. ¡Ni un minuto más tarde, señor! ¡A mí por dicha desde muy cachorro me enseñaron lo que es la puntualidad! Así es y lo tengo muy claro. Le garantizo que todo le va a salir muy bien, señor. Nunca se va a arrepentir de haberme confiado su plata. Pase buena noche, señor. Y de nuevo lo felicito, señor. ¡Je, je! ¡Qué bárbaro! ¿Y cómo era? ¡Ah, sí! ¡Gérmenes al…! Sí señor, me callo, me callo… Ya no digo ni una sola palabra más. Que descanse, señor, que descanse…
Hum… Gérmenes al ajillo… ¡Maleante estúpido ese…! Ahora resulta que la lacra esa tiene salidas a lo Woody Allen… En fin… Vamos al segundo pecado, pues… La basura se empezó a podrir cuando su suegro se consiguió por fin un contador que le trabajase de a gratis y le hizo ver cómo se diezmaba el diezmo, por razones ajenas a lo sobrenatural. ¿Pero qué podía hacer él? Es más, ¿qué pretendían que hiciera él? La carne era débil y luchar de sol a sol contra hordas de gérmenes, fieles mentecatos, hijas malagradecidas y la bruja esa de su ex mujer, una auténtica plaga de proporciones bíblicas (a tono con el giro del negocio), le dejaba los nervios en carne viva. ¡No bastaban las simples oraciones de imposición de manos! ¡No! Por eso tuvo que aprender a imponerse otras cosas, en salvaguarda de su alma: escorts, borracheras, jacuzzis, orgías y uno que otro rayazo de buen consuelo blanco. Todo fuese para olvidar lo repelente de…, sí, aceptémoslo, muy en especial la horripilante presencia de la Tránsito María en su existencia. Ni cuando le contempló la jeta abierta a una tarántula disecada, en el microscopio del colegio, le habían dado tantos escalofríos.
Pero el caso es que, descubiertos sus hurtos en la congregación, y conteniendo a duras penas su ira, el suegro le dio un mes para preparar su doliente discurso de despedida a la grey, ante la cual debería hacer un minucioso y detallado desglose de todos sus desfalcos, previamente preparado por el contador, con el respaldo de incontables facturas y recibos incautados en cada prostíbulo, cantina y antro que visitó. Luego de eso, quedaba inmediatamente fuera del rebaño y el viejo no le daba garantía alguna de que los indignados fieles no lo fuesen a esperar puertas afueras, con sendos garrotes atravesados por clavos retorcidos y oxidados, de previo sumergidos en agua de tétanos.
¡Pero el que ríe de último ríe mejor! ¿No es así, viejo imbécil? ¡Ja, ja, ja! Y esta maldita pandemia había llegado para hacerlo reír de último y matar a los demás de miedo, en el proceso. Él sabía que la gente estaba asustada. Muy pero muy asustada. Esos pobres y sencillos alcornoques no tenían ni idea de la que se les venía encima y comenzaban a caer en cuenta de que todas sus admoniciones sobre los microbios del fin el mundo, eran absolutamente ciertas. ¡Él tenía razón y su suegro y demás pastores S.A., se equivocaban!
El Juicio Final estaba llegando de la mano de esas monstruosidades infinitesimales, pero él les llevaría la redención este próximo domingo. Nada complicado. Tan sólo lavarse las manos compulsivamente como él, no tocar a nadie, no intercambiar fluidos pecaminosos, usar mascarilla y sobre todo dar mucho, pero mucho diezmo, mientras se oraba en igual cuantía. El efecto placebo se encargaría del resto y entonces iba a meter la plata, que todavía no se había gastado, del mafioso ese con ínfulas de stand-up comedy, para compensar el faltante. Y cuando los réditos llegasen de la mano de buenos certificados a plazo, ¡a repartir dividendos a partes iguales! ¡En verdad que los tiempos de Dios eran justos! Solo necesitaba tener a su público bien cautivo el próximo domingo y… ¡Pero qué necedad con ese teléfono!
—¡Aló, señor! ¿En qué más puedo serv…? ¡Suegritoooooooooo! ¡Qué alegría escu…! ¡Sí señor, tiene razón señor! Sí señor, nada de tratos familiares. Me lo busqué… Sí señor. Somos perfectos extraños, sí señor. ¿Q.., qué cómo dice? ¿Cómo? Aaah… ¿Qué…? ¿Qué el Señor se le manifestó mientras oraba hace un rato, después de llamarme? Ah, pero… ¡Pero qué bien, señor! Un hombre de su integridad, de su pureza espiritual, ¿cómo no se le iba a manifestar el Señor directamente, señor? Sí señor, sí señor, me callo, lo dejo hablar. Ajá… ¿Y cómo dice? ¿Qué el Señor…? ¿El Señor le envió una visión mía y le manifestó, le manifestó que yo estaba muy deprimido? ¿Muy pero muy angustiado por mis pecados? ¿Al borde del suicidio? Pues, ¡pues es cierto, señor! ¡Es cierto! ¡No sabe cuántas noches de angustia he pasado desgarrándome el pecho por la bajeza de mi crimen, señor! ¡Lo traicioné a usted! ¡Traicioné a su hija! ¡Traicioné al rebaño y a los fondos sagrados de la congregación! ¡Y no sabe cuán cerca he estado del suicidio, señor! ¡Mucho! ¡Demasiado, para ser exacto! ¡He orado mucho al señor y Él me dijo que leyera mucho! ¡Que leyera mucho Éxodo 20:13 y el Salmo 23, versículo 4 y así es…! ¡Solo eso ha evitado que…! ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué me perdona? ¡En el nombre del Señor! ¡Aleluya! ¡Eso…, eso es genial! ¡No sabe cuánto…! ¿C.., cómo? ¿Q…, qué ya no tengo que ir el domingo a…? ¿Pero que siempre estoy fuera? ¡Pero señor! Yo… ¡Sí, sí, yo entiendo que una cosa es el perdón y otra que me detesta y que…! ¡Sí, sí señor! ¡Sí, lo entiendo! No quiere volverme a ver en la vida. ¡Pero señor! ¿La congregación y mi desfalco…? ¿Qué cómo? ¿Qué ya habló con la Junta? Pero… Pero, ¿qué? ¿Qué entre todo ustedes van a poner el faltante? ¡Pero señor! ¿De dónde van a sacar ustedes el dinero para…? Aaah, entiendo… Al tesorero lo heredó un tío solterón y él va a poner la plata para salvar la cara… Ya veo… ¡Pero señor! ¿Y mi discurso del doming..? ¿Cómo? ¿Qué van a cerrar la asociación? ¿Qué van a disolver la congregación? ¡Pero señor! ¿Y nosotros? ¡Digo, digo, digo! ¿Y usted? ¿Qué va a ser de usted? ¿Cómo? ¿Qué qué? ¿Qué va a retomar el negocio de comidas rápidas que quebró por mi culpa? Pero señor, digo, no dudo para nada de usted, pero muchas veces usted mismo me dijo que no sabe cocinar… ¡Sí, sí! Ya sé que tampoco Moisés sabía nada del desierto cuando guió a su pueblo hacia… Ah, ya veo… El señor le habló a su corazón mientras oraba… Ajá… Le dijo que leyera Éxodo 4:10. Sí, sí, ya veo, ya veo. ¡Claro! ¡De seguro! Si el Señor le enseñó a Moisés a hablar con palabras elocuentes, si claro, señor, de fijo le va a ayudar a usted a aprender el negocio de las comidas rápidas. Sí, sí, señor, comprendo, nada que agregar. Es decisión tomada y ya los fieles están siendo informados. Bueno, yo le agradezco… ¡Sí, sí señor! ¡Le quedo muy agradecido por su perdón! ¡Fiuu! ¡No sabe el peso que me acaba de quitar! ¡Ha liberado mi alma! ¡Sí señor, sí señor! ¡Muy mal, muy mal, señor! ¡Al punto del suicidio estuv…! ¡Sí señor! ¡Me quedó claro! ¡Nunca más hablarle y cambiarme de acera si me lo encuentro! Sí señor. Me despide de Transi y de… ¿Aló, aló? ¿Señor, aló? ¿Está allí, señor? ¿Aló?
¡Desgraciado viejo maricón! ¡Lo dejó hablando solo, el muy miserable! ¡Mil veces maldita sea! ¡Y ahora decirle al otro que se cayó el negocio! ¡A ver, a ver! ¿Cuál era el número? ¡Sí, aquí está! Uno, tres, ocho, siete, dos, cuatro, siete, ocho, nueve, seis, seis, seis…
—¡Aló! ¡Señor! ¿Cómo está, señor? Perdone, perdone que lo moleste a esta hora, pero viera que no más terminé de hablar con usted me puse a orar y el Señor…, el Señor le habló a mi corazón, señor. Y tuve…, tuve una visión extraordinaria, señor. ¡El Señor habló por usted, señor! ¡Tiene usted el don de la profecía! El caso es que el Señor… ¡El Señor iluminó mi espíritu y me ordenó seguirle a usted, señor! ¡Sí señor, sí señor! ¡Perdone, señor! Voy al grano, señor. Voy al grano… Verá… ¿Y si nos ponemos una venta de gérmenes al ajillo?