Los demonios que ha dejado la pandemia

Los demonios que ha dejado la pandemia

Por la autora, Adriana Hidalgo

Tener conciencia de nuestros demonios. A veces nos damos cuenta de que coexisten con nosotros porque revolotean dentro del estómago, la cabeza y la garganta y sus aletazos nos avisan de una presencia indeseada. Optamos muchas veces por ignorarlos pero, en tiempos de pandemia, las posibilidades de aplastarlos de un zapatazo se reducen a la nimia esencia de la nada: brotan en cada esquina de la casa-oficina-refugio en que se ha convertido el hogar.

Tener conciencia de mis demonios y del espacio circundante, así, tan pleno, son dos oficios nuevos para mí. Muchas veces me encuentro sola con ellos, en mi propio espacio corporal, mental y físico. Se sientan y toman té conmigo, percibo su humedad, su tosca presencia. Yo, que siempre los miraba de reojo, ahora no tengo forma de esquivarlos: los miro de frente aunque no quiera.

Solía moverme sin sentido dentro de mi casa, observando la falta de pintura, la grieta en la pared, el azulejo que debe ser cambiado, la refrigeradora con sus burlescas oxidaciones y todas las imperfecciones en escalada, pero ahora es distinto. La pared dejó de ser una suma de imperfecciones para ser la pared misma: estoy ahí, frente a ella, sin escapatoria. Lo mismo ocurre con las rutinas: se me incendian frente a la cara de tan inevitables que son.

Es entonces cuando me siento a tomar el té con los demonios. El término puede asustar; resultará alarmante para los religiosos, pero lo uso en un sentido jocoso: me los imagino girando como pequeños monstruitos, mordiendo mi alma con sarcasmo. Es tanto el silencio, tan dilatados los momentos conmigo misma, que no hay salida posible.Rehuyo, pero al final me acaparan.

El trabajo es una especie de fuga mediante la cual la atención se centra, por entero, a varios asuntos técnicos y lo demás es dibujo, ruidos circundantes. Pero cuando cesa, vienen ellos mis deseos exhibiéndose a modo de panfletos. La visión de lo que perseguimos se convierte en el todo de nuestros deseos, nos provoca una picazón ingrata, incesante, y no hay salida.

Porque es allí cuando se posan enfrente y giran como caballitos de feria. Los miro pasar, me marean, con dificultad logro hacerme la idea de uno de ellos y cuando me acerco a finalizar su imagen, ya otro ha irrumpido.

No hay punto de quiebre. Soy yo con mis demonios, con mis caballitos de feria. Los miro pasar a la vez que deseo que la pandemia me deje descubrir de nuevo las dulces y llanas imperfecciones de las paredes de mi casa.

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