Cuentos mínimos

Cuentos mínimos fantasea con circos imaginarios, payasos buenos, elefantes en sus refugios de muerte, púlpitos en las gradas y un hombrecillo predicador, dueño del Reino de la Verdad, de la única verdad, la suya. Luis Thenon construye así, con lenguaje exquisito, una alegoría de sociedades actuales en América y el mundo. “Conmigo no te metas’ dice el Libro de Cuentas, y las manos se estiran en un gesto único de salvación arrepentida y caricias ambulatorias. Hoy es día de fiesta. Todo se vende en esta feria de sábado y domingo y en la ciudad se mueren los payasos buenos mientras resuenan las risas estridentes de los vendedores de angustia y de los cosechadores de culpas infinitas. La música se ahoga en los platillos de cera. Todo se vende en la ciudad. Una mano hacia el cielo, la otra entre las piernas y en la iglesia del predicador de los saltitos y las lenguas extrañas y manos alzadas al paraíso eterno, regalan sobres con monedas y un nombre para que todos voten al candidato ilustre y así las cuentas del hombrecillo predicador aumenten al son de las caricias y todos a pregonar el Reino con frases aprendidas. ‘Con mi familia no te metas’, resuena su voz por las calles y la ciudad se obscurece de a poco.”
Cuentos mínimos fantasea con circos imaginarios, payasos buenos, elefantes en sus refugios de muerte, púlpitos en las gradas y un hombrecillo predicador, dueño del Reino de la Verdad, de la única verdad, la suya. Luis Thenon construye así, con lenguaje exquisito, una alegoría de sociedades actuales en América y el mundo. “Conmigo no te metas’ dice el Libro de Cuentas, y las manos se estiran en un gesto único de salvación arrepentida y caricias ambulatorias. Hoy es día de fiesta. Todo se vende en esta feria de sábado y domingo y en la ciudad se mueren los payasos buenos mientras resuenan las risas estridentes de los vendedores de angustia y de los cosechadores de culpas infinitas. La música se ahoga en los platillos de cera. Todo se vende en la ciudad. Una mano hacia el cielo, la otra entre las piernas y en la iglesia del predicador de los saltitos y las lenguas extrañas y manos alzadas al paraíso eterno, regalan sobres con monedas y un nombre para que todos voten al candidato ilustre y así las cuentas del hombrecillo predicador aumenten al son de las caricias y todos a pregonar el Reino con frases aprendidas. ‘Con mi familia no te metas’, resuena su voz por las calles y la ciudad se obscurece de a poco.”